viernes, 9 de junio de 2017

Cuando está de más.

Te miré a los ojos como vos lo estabas haciendo. Me acerqué a tu cara apoyada en el borde de la cama, me encantaba tenerte cerca.  Dibujé con mis manos las formas de tu oreja, sin apuro, porque el tiempo ya no corría. Tu respiración era un poco forzada, pero tranquila. Te encantaba relajarte con las caricias que te hacían. Te quise tomar una foto, porque me pareció super tierna la forma en la que estabas acomodada mirándome desde tu moisés y mi cama, pero la cámara falló, y no tenía espacio en el teléfono. Desde que entré en el mundo de la fotografía, siempre creí que había momentos en los que hay que estar observando cada detalle sin la interrupción de un lente, y  ese instante eterno fue uno de ellos, y, creeme, irónicamente, en mi memoria está tan vivo como si la cámara hubiera funcionado perfectamente. Te besé como lo hacía siempre. Te hablé palabras dulces, las recibiste con tu ternura, sé que fue así. En ese momento no pasaba nada, sólo estábamos vos y yo. No existían los problemas, el mundo se reducía a la distancia entre mis ojos y tu mirada expectante. ¿Qué me hubieses dicho si hubieras podido hablar? ¿Habría sido necesario? Nunca lo fue entre nosotras. Estabamos conectadas de una manera tan especial y tan nuestra, tan cotidiana. Tan necesaria como el aire, como la alegría que me desbordaba, la felicidad mas pura. Habíamos creado nuestro mundo una vez más, un mundo de dos siendo un solo elemento. Éramos dos partes en una sola, éramos todo lo que hacía falta.